lunes, 17 de febrero de 2014

A vueltas con el aborto desde una especie de...¿análisis desde una filosofía de género?

Las mujeres parimos y, aunque no somos las “hacedoras de crías”, el impacto simbólico de nuestro –co-dependiente- poder de dar vida, deja a los machos de la especie, “carentes”. Los deja en una posición de yo-no-puedo que les resultó desde el principio de los tiempos, probablemente (y les resulta aún a día de hoy, por no haberlo analizado hasta muy tarde en la historia -como grupo- y, para un grandísimo número de hombres, nunca –como personas-), insoportable.

Para compensar, se han atribuido el poder de dar muerte. Por eso la masculinidad tradicional, aquella no cuestionada, y asumida por herencia social acrítica, ha hecho de los hombres sin conciencia de género, seres empeñados en controlar la vida desde “el lado” en que sienten que se les puso: ellas controlan el darla, nosotros controlamos el quitarla. Y por asociación: ellas controlan mimarla, nosotros controlamos castigarla. Estas, y no las excusas biologicistas, son las causas de la violencia de los hombres: de que se agredan entre ellos desde cuando asumen, inconscientemente, la consigna (“controla la muerte”); de que se expongan, y expongan a otros, a accidentes en actividades de absurdo riesgo; de las guerras; del número de hombres, proporcionalmente gigante frente al número de mujeres, en las cárceles; de que se sientan más inclinados a “disciplinar” a hijas e hijos que a cuidarles y de tantos otros daños a la vida (a la buena vida, a la vida justa y vivible para todxs -que, además, no somos reductibles a estas dos categorías ficticias y que ni siquiera somos sólo lxs humanxs-).

Sin embargo, no hay que confundirse, no es la cultura masculina (esa cultura de la muerte) lo que nos mantiene en esta absurda –y dañina- contraposición, no. Es el hecho de que esa división en una especie de dos sub-culturas: dos sexos, dos géneros (el sistema sexo-género patriarcal) se haya convertido en la verdad hegemónica contra la que tantxs hemos despertado y luchamos porque resulta asfixiante, asesina. Que no sólo los hombres sin conciencia de género, sino también las mujeres sin ella, se hayan creído que esta es “la verdad”, “la naturaleza humana” y, al asumirla como tal, la reproduzcan en su propia cotidianidad al nivel más micro y al más macro de la sociedad.

Si nos empeñamos en seguir creyendo que el poder de dar vida y la responsabilidad y el placer de cuidar de ella, pertenece sólo a las mujeres (contra la más obvia cuestión de que no hay embrión posible sin gametos de macho y hembra), los hombres (como colectivo, porque los hay que están haciendo su trabajo de desarrollo y lo saben ya) no tendrán manera de darse cuenta (de verdad, profundamente) de que poseen ese poder y seguirán empeñados en controlar la muerte. Seguirán sintiendo que, para tener función, necesitan imponer el aborto selectivo o prohibir el aborto por decreto, porque ellos, y no nosotras, tienen, casi como premio de consuelo, el poder de dar muerte y no permitirán que nosotras, las que vivimos el embarazo, aquellas a las que les cambia el cuerpo, las que, bajo esta división absurda de roles somos las encargadas de cuidar, decidamos –solas, en pareja, con la “familia” que hayamos escogido o como sea- dar o no dar la vida. No se tratará nunca de cada vida en sí, sino del hecho de que sientan amenazado el único poder que sienten tener y hagan de todo –lo errado- para recuperarlo, en lugar de asumir (otra vez, lo obvio): que ellos son también dadores de vida, que tienen la capacidad y responsabilidad para cuidarla, mimarla, vivir lo gratificante y lo duro de su desarrollo.

Señor Gallardón, controle usted su vida y su muerte; las vidas y las muertes en cuya creación y desarrollo co-participa (y, por tanto, co-controla si tanto le hace falta sentir que controla algo) directamente y deje a lxs demás hacer lo mismo.