viernes, 26 de octubre de 2018

¡Sí, quiero sexo! Fisiología, deseo, decisión.

¿Te ha ocurrido tener sexo con otra persona, tal vez, incluso de haber tenido orgasmo(s) y luego pensar que no era lo que querías hacer? Situaciones en las que no ha habido abuso alguno, quizás poca habilidad para interpretar tu disponibilidad, pero no sólo de parte de la(s) otra(s) persona(s), sino también tuya; también poca habilidad de tu parte para entender lo que sentías y deseabas.

Últimamente se habla mucho de “consentimiento” en relación al sexo con otra(s) persona(s). En especial porque las feministas hemos decidido no callar abusos sexuales y hemos vuelto a poner el argumento en el debate social.

No es sobre violaciones y abusos que quiero reflexionar. No quiero ahora centrarme en situaciones en no podemos elegir porque alguien abusa de su poder sobre nosotrxs. Quiero proponeros pensar sobre aquellas situaciones en que podemos hacerlo, en que nos parece que elegimos, que queríamos, y luego nos parece que no o que elegimos mal, aunque el evento fuese sexualmente satisfactorio.

Se cuestiona poco el “consentimiento” en el sexo (en el sexo, no en el abuso a través del sexo) y, prácticamente, no se piensa qué estamos entendiendo por “consentir”.

¿Qué significa decir que un encuentro sexual fue “consentido”?

El verbo en sí, “consentir”, provoca confusiones. Su significado es el de permitir, de no oponerse a algo. Esto deja a quien “consiente” en un rol bastante pasivo, con la miserable libertad de decir: “No, gracias” cuando las circunstancias lo permiten. Quién “consiente” no ha tomado iniciativa, no ha propuesto, ha sólo consentido, aceptado, porque tiene “el poder” para hacerlo. Se trata de un “poder” mermado; del poder decir que NO, que debiera ser considerado el mínimo derecho de cualquier persona, SIEMPRE.

Podríamos hacer otra lectura, mucho más positiva, pero mucho menos normalizada en nuestro uso de la palabra: consentir, sentir-con. ¿Siento que elijo esto? ¿Lo estoy decidiendo y, por lo tanto, aprobando-me, permitiendo-me, la acción consecuente? ¿Le estoy dejando el espacio a la(s) otra(s) persona(s) de hacer el mismo proceso? No, no es así como suele interpretarse.
Esto, sin embargo, nos lleva a una pregunta previa: ¿hemos elegido ambas (o más) partes en esta interacción erótica el tenerla?, ¿hemos decidido, cada unx para sí mismx, que queremos este encuentro sexual? Quiero decir, ¿es cada unx consciente de lo que está eligiendo?, ¿está decidiendo tener sexo con esta otra persona?

No quiero decir con esto que la decisión sea tremendamente trascendente, que un “error” en esta decisión sea grave. Normalmente no lo es; es un error y punto. No pasa nada importante. Hacemos muchas cosas sin habernos planteado si realmente es lo que queremos hacer. Sin embargo, creo que es un asunto sobre el que vale la pena reflexionar.

¿Cómo sabemos que queremos tener sexo con alguien/es en el entendido de que también lo desea(n)? ¿Cómo lo sabes tú?
Una decisión no es lo mismo que un deseo. Muchos menos es lo mismo que percibir ciertas repuestas fisiológicas que no necesariamente significan que exista deseo sexual, ¿o sí?

¿Sabemos interpretar esto en nuestros cuerpos y nuestra psique?

Todxs sabemos que hay respuestas fisiológicas involuntarias y reacciones del cuerpo que no significan lo que solemos interpretar de ellas. Por poner un ejemplo, sudamos, a veces, sin que haga mucho calor, sino por otros motivos. Pues bien, los hombres saben, perfectamente, que pueden tener erecciones (las matutinas, por ejemplo) que no significan que estén deseando sexo (o pueden no tenerlas, cuando sienten deseo de tener sexo). Las mujeres, sabemos que nuestra lubricación vaginal puede aumentar sin que implique que estemos experimentando deseo (durante la ovulación, por ejemplo) o puede estar ausente, cuando sentimos que estamos deseando placer sexual.

Que las situaciones que estoy poniendo como ejemplos, puedan o no ser interpretadas como deseo de sexo (masturbación o compartido) y aprovechadas para el placer, depende de nuestra decisión, no de la respuesta fisiológica misma. Lo he dicho y escrito ya muchas veces: a los animales humanos, de instintivos nos queda muy poco y, lo que nos queda, es mucho más activo (por necesario) al inicio de nuestra vida.

Entender que sí, que siento deseo de placer sexual, no es siempre tan sencillo como podría parecer. Puedo estar interpretando unas sensaciones como lo que usualmente significan para mí sin que, necesariamente, sea ese el caso ahora (es decir, “leer” ciertas respuestas fisiológicas y sensaciones como deseo sexual cuando no se trate de ello y a la inversa).

El deseo (de lo que sea) no irrumpe de golpe, aunque pueda parecérnoslo. Se elabora a partir no sólo de emociones, sino también de sentimientos, de interpretar esta fuerza que se manifiesta como necesidad de algo (en este caso, placer sexual). Para interpretar, necesitamos parámetros. Por lo tanto, esta interpretación tiene también aspectos culturales y de nuestra propia historia personal que pueden confundirnos si los tenemos demasiado automatizados.

Sé que algo en mí quiere una satisfacción (y no, necesariamente, voy a permitírmela porque soy un ‘animal racional’ y tendré que evaluar sus posibles consecuencias en mi vida y la de otras personas involucradas), pero no siempre sé con certeza, qué satisfará este deseo.

Me viene a la cabeza un ejemplo que sólo será comprensible para quienes sean o hayan sido fumadoras/es: “deseo un cigarrillo” se descubre muchas veces, una trampa, una confusión. En realidad, tenía hambre o estaba ansiosx y quería calmar mi ansiedad y he interpretado esa sensación como deseo de fumar. A dos o tres caladas, te das cuenta de que no te satisface; no habías interpretado bien el deseo.

Por otra parte, no es lo mismo aceptar que tengo un deseo, que haber decidido satisfacerlo. La decisión de dar satisfacción a ese deseo (y el cómo hacerlo) es mucho más compleja que la sola interpretación de nuestras emociones y sensaciones. Decidir, es poner en juego, también, nuestra racionalidad, nuestra capacidad de evaluar no sólo si queremos algo, sino si es probable que ese algo nos aporte bienestar más allá del placer momentáneo, si será conveniente para nuestro proyecto vital, el que sea (el de pareja, el laboral, etc.) o para el de las personas que también estén involucradas.

Decidir es poner a bailar a juntas nuestras motivaciones y razones e intentar que la coreografía sea armónica.

Obviamente, cuando deseamos (no sólo placer sexual; cualquier cosa) no podemos saber si las acciones que emprenderemos para satisfacer ese deseo darán el resultado esperado, si lo satisfarán y nos otorgarán bienestar. Sin embargo, tomar la decisión de intentarlo y asumir esa posibilidad o tomar la de no hacerlo a partir de esta evaluación, es lo que hace de una decisión algo activo, algo en lo que he participado, de lo que soy responsable y en la que ejercito la libertad que me es humanamente posible.

No podemos “calcular” todas las posibilidades de éxito o fracaso, pero, reflexionamos (velozmente, nos apremia el deseo y, probablemente, la situación), nos hacemos una idea general y apostamos asumiendo el riesgo de error. Sin haber reflexionado y haber elegido una acción u otra, no podemos hablar de decisión.

Sólo entonces, sólo cuando hemos decidido que queremos satisfacer el deseo de placer sexual que nuestra fisiología parece anunciar, podemos “consentir”, sentir-con y actuar en consecuencia.

Si no estás consiguiendo una bonita coreografía entre tu cuerpo, tus deseos y tus valoraciones, tal vez sea mejor idea posponerlo hasta que tengas más claridad o hayas resuelto las dificultades que estén entorpeciendo el camino hacia el placer sexual.

De cualquier modo, lo que no podemos olvidar es el incuestionable derecho a cambiar de opinión si “en el fragor de la batalla” estás sintiendo desagrado.

¿Y tú, te consientes el placer sexual o vas hacia él en automático?