¿Te ha ocurrido tener sexo con otra persona, tal vez, incluso de haber tenido orgasmo(s) y luego pensar que no era lo que querías hacer? Situaciones en las que no ha habido abuso alguno, quizás poca habilidad para interpretar tu disponibilidad, pero no sólo de parte de la(s) otra(s) persona(s), sino también tuya; también poca habilidad de tu parte para entender lo que sentías y deseabas.
Últimamente se habla mucho de “consentimiento” en relación al sexo con otra(s) persona(s). En especial porque las feministas hemos decidido no callar abusos sexuales y hemos vuelto a poner el argumento en el debate social.
No es sobre violaciones y abusos que quiero reflexionar. No quiero ahora centrarme en situaciones en no podemos elegir porque alguien abusa de su poder sobre nosotrxs. Quiero proponeros pensar sobre aquellas situaciones en que podemos hacerlo, en que nos parece que elegimos, que queríamos, y luego nos parece que no o que elegimos mal, aunque el evento fuese sexualmente satisfactorio.
Se cuestiona poco el “consentimiento” en el sexo (en el sexo, no en el abuso a través del sexo) y, prácticamente, no se piensa qué estamos entendiendo por “consentir”.
¿Qué significa decir que un encuentro sexual fue “consentido”?
El verbo en sí, “consentir”, provoca confusiones. Su significado es el de permitir, de no oponerse a algo. Esto deja a quien “consiente” en un rol bastante pasivo, con la miserable libertad de decir: “No, gracias” cuando las circunstancias lo permiten. Quién “consiente” no ha tomado iniciativa, no ha propuesto, ha sólo consentido, aceptado, porque tiene “el poder” para hacerlo. Se trata de un “poder” mermado; del poder decir que NO, que debiera ser considerado el mínimo derecho de cualquier persona, SIEMPRE.
Podríamos hacer otra lectura, mucho más positiva, pero mucho menos normalizada en nuestro uso de la palabra: consentir, sentir-con. ¿Siento que elijo esto? ¿Lo estoy decidiendo y, por lo tanto, aprobando-me, permitiendo-me, la acción consecuente? ¿Le estoy dejando el espacio a la(s) otra(s) persona(s) de hacer el mismo proceso? No, no es así como suele interpretarse.
Esto, sin embargo, nos lleva a una pregunta previa: ¿hemos elegido ambas (o más) partes en esta interacción erótica el tenerla?, ¿hemos decidido, cada unx para sí mismx, que queremos este encuentro sexual? Quiero decir, ¿es cada unx consciente de lo que está eligiendo?, ¿está decidiendo tener sexo con esta otra persona?
No quiero decir con esto que la decisión sea tremendamente trascendente, que un “error” en esta decisión sea grave. Normalmente no lo es; es un error y punto. No pasa nada importante. Hacemos muchas cosas sin habernos planteado si realmente es lo que queremos hacer. Sin embargo, creo que es un asunto sobre el que vale la pena reflexionar.
¿Cómo sabemos que queremos tener sexo con alguien/es en el entendido de que también lo desea(n)? ¿Cómo lo sabes tú?
Una decisión no es lo mismo que un deseo. Muchos menos es lo mismo que percibir ciertas repuestas fisiológicas que no necesariamente significan que exista deseo sexual, ¿o sí?
¿Sabemos interpretar esto en nuestros cuerpos y nuestra psique?
Todxs sabemos que hay respuestas fisiológicas involuntarias y reacciones del cuerpo que no significan lo que solemos interpretar de ellas. Por poner un ejemplo, sudamos, a veces, sin que haga mucho calor, sino por otros motivos. Pues bien, los hombres saben, perfectamente, que pueden tener erecciones (las matutinas, por ejemplo) que no significan que estén deseando sexo (o pueden no tenerlas, cuando sienten deseo de tener sexo). Las mujeres, sabemos que nuestra lubricación vaginal puede aumentar sin que implique que estemos experimentando deseo (durante la ovulación, por ejemplo) o puede estar ausente, cuando sentimos que estamos deseando placer sexual.
Que las situaciones que estoy poniendo como ejemplos, puedan o no ser interpretadas como deseo de sexo (masturbación o compartido) y aprovechadas para el placer, depende de nuestra decisión, no de la respuesta fisiológica misma. Lo he dicho y escrito ya muchas veces: a los animales humanos, de instintivos nos queda muy poco y, lo que nos queda, es mucho más activo (por necesario) al inicio de nuestra vida.
Entender que sí, que siento deseo de placer sexual, no es siempre tan sencillo como podría parecer. Puedo estar interpretando unas sensaciones como lo que usualmente significan para mí sin que, necesariamente, sea ese el caso ahora (es decir, “leer” ciertas respuestas fisiológicas y sensaciones como deseo sexual cuando no se trate de ello y a la inversa).
El deseo (de lo que sea) no irrumpe de golpe, aunque pueda parecérnoslo. Se elabora a partir no sólo de emociones, sino también de sentimientos, de interpretar esta fuerza que se manifiesta como necesidad de algo (en este caso, placer sexual). Para interpretar, necesitamos parámetros. Por lo tanto, esta interpretación tiene también aspectos culturales y de nuestra propia historia personal que pueden confundirnos si los tenemos demasiado automatizados.
Sé que algo en mí quiere una satisfacción (y no, necesariamente, voy a permitírmela porque soy un ‘animal racional’ y tendré que evaluar sus posibles consecuencias en mi vida y la de otras personas involucradas), pero no siempre sé con certeza, qué satisfará este deseo.
Me viene a la cabeza un ejemplo que sólo será comprensible para quienes sean o hayan sido fumadoras/es: “deseo un cigarrillo” se descubre muchas veces, una trampa, una confusión. En realidad, tenía hambre o estaba ansiosx y quería calmar mi ansiedad y he interpretado esa sensación como deseo de fumar. A dos o tres caladas, te das cuenta de que no te satisface; no habías interpretado bien el deseo.
Por otra parte, no es lo mismo aceptar que tengo un deseo, que haber decidido satisfacerlo. La decisión de dar satisfacción a ese deseo (y el cómo hacerlo) es mucho más compleja que la sola interpretación de nuestras emociones y sensaciones. Decidir, es poner en juego, también, nuestra racionalidad, nuestra capacidad de evaluar no sólo si queremos algo, sino si es probable que ese algo nos aporte bienestar más allá del placer momentáneo, si será conveniente para nuestro proyecto vital, el que sea (el de pareja, el laboral, etc.) o para el de las personas que también estén involucradas.
Decidir es poner a bailar a juntas nuestras motivaciones y razones e intentar que la coreografía sea armónica.
Obviamente, cuando deseamos (no sólo placer sexual; cualquier cosa) no podemos saber si las acciones que emprenderemos para satisfacer ese deseo darán el resultado esperado, si lo satisfarán y nos otorgarán bienestar. Sin embargo, tomar la decisión de intentarlo y asumir esa posibilidad o tomar la de no hacerlo a partir de esta evaluación, es lo que hace de una decisión algo activo, algo en lo que he participado, de lo que soy responsable y en la que ejercito la libertad que me es humanamente posible.
No podemos “calcular” todas las posibilidades de éxito o fracaso, pero, reflexionamos (velozmente, nos apremia el deseo y, probablemente, la situación), nos hacemos una idea general y apostamos asumiendo el riesgo de error. Sin haber reflexionado y haber elegido una acción u otra, no podemos hablar de decisión.
Sólo entonces, sólo cuando hemos decidido que queremos satisfacer el deseo de placer sexual que nuestra fisiología parece anunciar, podemos “consentir”, sentir-con y actuar en consecuencia.
Si no estás consiguiendo una bonita coreografía entre tu cuerpo, tus deseos y tus valoraciones, tal vez sea mejor idea posponerlo hasta que tengas más claridad o hayas resuelto las dificultades que estén entorpeciendo el camino hacia el placer sexual.
De cualquier modo, lo que no podemos olvidar es el incuestionable derecho a cambiar de opinión si “en el fragor de la batalla” estás sintiendo desagrado.
¿Y tú, te consientes el placer sexual o vas hacia él en automático?

Luego de "La casa violeta" y "Por un mundo sin géneros", nace, en junio de 2009, "El blog de sexoygenero.org". Como los anteriores, un espacio para reflexionar, debatir y compartir experiencias, dudas e ideas en torno a sexo, género y relaciones erótico afectivas. La misma única norma: ser respetuosx de la diversidad, es decir: no emitir juicios sobre las personas, no generalizar, ser consciente de que las palabras provocan emociones. ¡Bienvenidx!
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viernes, 26 de octubre de 2018
lunes, 21 de octubre de 2013
El striptease
Esto lleva, por lo visto, alrededor de 2 años dando vueltas en youtube (o quizás más). Lo he visto en varios muros Facebook últimamente y me ha hecho reflexionar mucho.
http://www.youtube.com/watch?v=2e-YzSySoIo
Como es obvio, mi “alucine” viene de ver a tantas mujeres empeñadas con euforia en conseguir el desnudo total de un “hombre” bidimensional, rosa y luminoso (¡Pero qué sexy suena!... ¿O no?). Podría argumentarse que, dado que se trata de un anuncio publicitario, tanto las mujeres que apasionadamente pedalean como el resto de las personas que observan, son personas pagadas para fingir que reaccionan como lo hacen. Sin embargo, aunque así fuera, los comentarios en cada copia del video en youtube o en los FB en que lo he visto, evidencian reacciones bastante similares a las de las protagonistas.
Estoy segura de que si hiciéramos una encuesta preguntando a las mujeres cuántas de ellas se sentirían estimuladas a pedalear en una bicicleta estática para ver cómo hace un striptease un muñequito rosa hecho de luces y, en especial, cuántas lo harían gritando de pasión, la gran mayoría nos respondería que la sola pregunta les resulta absurda. ¿Qué pasa, entonces, aquí? Doña Psicología Social, señora donde las haya, puede ofrecernos varias respuestas. Desgraciadamente, no tengo el tiempo para detenerme en detallarlas. La Psicología Social y yo somos grandes amigas, la quiero con locura y buena parte de mi vida la vivo con ella a mi lado (si no toda; no puedo evitarlo, me apasiona). Sin embargo, su agradable compañía y nuestro perenne compromiso mutuo, no me aportan el dinero para el sustento cotidiano y tengo la mala costumbre -por ejemplo- de alimentarme, así que debo usar mi tiempo para los así llamados “trabajos serios” mal que le pese a mi pasión por la Psicología Social. Así las cosas, iré directamente al sustrato que queda como pozo de café después de todas las vueltas que la cucharilla dio en mi cabeza y que, ¡cómo no!, se aplica a las relaciones erótico afectivas: “Es decir que, para erotizarnos, lo que importa no es qué tan bueno esté el tío (ya me dirás tú cuánto puede estarlo este “dibujito animado”) sino cómo hayamos decidido mirarlo. Vamos, que parafraseando aquél viejo dicho: La belleza está en los ojos de quién mira; Lo erótico está en los ojos de quién mira.
Si pretendemos que algo o alguien nos resulte erotizante, es necesario que estemos dispuestas a dejarnos erotizar por ello. Ok, eso como primera idea, pero ¿es tan fácil cómo decidir yo solita que tal persona me resultará eróticamente estimulante? Parece que no, parece que, al menos ayuda, que haya otras personas dispuestas a compartir esa valoración. Es decir, no sólo se trata de lo que yo pueda considerar erotizante, sino de que en mi cultura, en el imaginario de la sociedad en que me he estado desarrollando y me desarrollo, aquello pueda ser concebido como erótico. Digámoslo de otro modo, que haya aprendido a significarlo de esa manera. ¿Imagináis a una sola chica pedaleando que consiga ir formando la imagen y hacerle perder “ropa” mientras otras pasan por su lado y la miran con cara de ¿qué-hace-esta-loca? Seguro que, si tiene la fuerza de ánimo para seguir dándole a la bici, al menos lo hará sin exultaciones. Sin embargo, sigue sin bastar. El hombre bidimensional, rosa y luminoso fue diseñado no sólo para “aparecer”, sino para provocar. Él “hace” cosas y no cualquier cosa, hace algo que se reconoce como intencionado, dirigido a provocar un efecto que, obviamente provoca: hace un striptease. Sea que atribuyamos al hombrecillo la intencionalidad (dudo que alguien lo haga) o a quienes lo crearon, su comportamiento se entiende –por lo visto, perfectamente- como una invitación a teatralizar (a performar) el diálogo de seducción/erotización. Y en este ir “actuando como si”, se produce el milagro: el deseo real de conseguir desnudarlo del todo.
Puede que en el proceso de este “trabajo comunitario de conseguir el desnudo”, algunas de las participantes hasta hayan obviado lo absurdo de empeñarse en ver desnudo un dibujito que se han decidido a “completar”. Lo “completan” poniendo ellas lo humano que aceptan estar invitadas a ver en él: deseo, intención de seducción, atractivo físico, piel, músculos, olores, texturas, brillo en los ojos… y la expectativa de un pene como parte prohibida de ser exhibida que esperan transgredir.
Soy plenamente consciente de hacer una reflexión muy superficial. Debería pasarme horas para citar teorías y ejemplos, para poder crear el marco teórico adecuado. No puedo permitirme hacerlo, así que sólo os invito a la reflexión partiendo de estas mías. Sobre todo, me gustaría que estas pinceladas os provocaran para reflexionar cómo se pueden aplicar estas inquietudes a la estimulación del deseo en los vínculos erótico-afectivos en que estáis involucrad@s. Si mi deseo por mi compañer@ está desapareciendo o, al menos, anda medio dormido y me parece importante recuperarlo, ¿qué de todo esto puede darme ideas, puede provocarme preguntas, puede emplazarme a encontrar maneras de despertarlo?
Hay, si somos honest@s, una trampa evidente: el hombre imaginario (y cualquiera de carne y hueso que nos regale un striptease) no es (no suele ser) alguien de quién conocemos (y padecemos, a veces), todas sus miserias. Está “libre de culpas” y tantas, tantas veces, lo que nos des-erotiza en pareja no es otra cosa que lo que nos duele en otros ámbitos de la relación. La mayor parte de las veces, la disminución o ausencia del deseo por nuestr@ partener es como el prurito que nos llaga la piel y que, por más que vayamos a la dermatóloga, no desaparece con cremas, potingues y pastillas si no nos damos cuenta de que es un síntoma de una intolerancia alimentaria. Entonces, de nada sirve afanarse sólo en el síntoma, sino es necesario tratar la causa al mismo tiempo.
http://www.youtube.com/watch?v=2e-YzSySoIo
Como es obvio, mi “alucine” viene de ver a tantas mujeres empeñadas con euforia en conseguir el desnudo total de un “hombre” bidimensional, rosa y luminoso (¡Pero qué sexy suena!... ¿O no?). Podría argumentarse que, dado que se trata de un anuncio publicitario, tanto las mujeres que apasionadamente pedalean como el resto de las personas que observan, son personas pagadas para fingir que reaccionan como lo hacen. Sin embargo, aunque así fuera, los comentarios en cada copia del video en youtube o en los FB en que lo he visto, evidencian reacciones bastante similares a las de las protagonistas.
Estoy segura de que si hiciéramos una encuesta preguntando a las mujeres cuántas de ellas se sentirían estimuladas a pedalear en una bicicleta estática para ver cómo hace un striptease un muñequito rosa hecho de luces y, en especial, cuántas lo harían gritando de pasión, la gran mayoría nos respondería que la sola pregunta les resulta absurda. ¿Qué pasa, entonces, aquí? Doña Psicología Social, señora donde las haya, puede ofrecernos varias respuestas. Desgraciadamente, no tengo el tiempo para detenerme en detallarlas. La Psicología Social y yo somos grandes amigas, la quiero con locura y buena parte de mi vida la vivo con ella a mi lado (si no toda; no puedo evitarlo, me apasiona). Sin embargo, su agradable compañía y nuestro perenne compromiso mutuo, no me aportan el dinero para el sustento cotidiano y tengo la mala costumbre -por ejemplo- de alimentarme, así que debo usar mi tiempo para los así llamados “trabajos serios” mal que le pese a mi pasión por la Psicología Social. Así las cosas, iré directamente al sustrato que queda como pozo de café después de todas las vueltas que la cucharilla dio en mi cabeza y que, ¡cómo no!, se aplica a las relaciones erótico afectivas: “Es decir que, para erotizarnos, lo que importa no es qué tan bueno esté el tío (ya me dirás tú cuánto puede estarlo este “dibujito animado”) sino cómo hayamos decidido mirarlo. Vamos, que parafraseando aquél viejo dicho: La belleza está en los ojos de quién mira; Lo erótico está en los ojos de quién mira.
Si pretendemos que algo o alguien nos resulte erotizante, es necesario que estemos dispuestas a dejarnos erotizar por ello. Ok, eso como primera idea, pero ¿es tan fácil cómo decidir yo solita que tal persona me resultará eróticamente estimulante? Parece que no, parece que, al menos ayuda, que haya otras personas dispuestas a compartir esa valoración. Es decir, no sólo se trata de lo que yo pueda considerar erotizante, sino de que en mi cultura, en el imaginario de la sociedad en que me he estado desarrollando y me desarrollo, aquello pueda ser concebido como erótico. Digámoslo de otro modo, que haya aprendido a significarlo de esa manera. ¿Imagináis a una sola chica pedaleando que consiga ir formando la imagen y hacerle perder “ropa” mientras otras pasan por su lado y la miran con cara de ¿qué-hace-esta-loca? Seguro que, si tiene la fuerza de ánimo para seguir dándole a la bici, al menos lo hará sin exultaciones. Sin embargo, sigue sin bastar. El hombre bidimensional, rosa y luminoso fue diseñado no sólo para “aparecer”, sino para provocar. Él “hace” cosas y no cualquier cosa, hace algo que se reconoce como intencionado, dirigido a provocar un efecto que, obviamente provoca: hace un striptease. Sea que atribuyamos al hombrecillo la intencionalidad (dudo que alguien lo haga) o a quienes lo crearon, su comportamiento se entiende –por lo visto, perfectamente- como una invitación a teatralizar (a performar) el diálogo de seducción/erotización. Y en este ir “actuando como si”, se produce el milagro: el deseo real de conseguir desnudarlo del todo.
Puede que en el proceso de este “trabajo comunitario de conseguir el desnudo”, algunas de las participantes hasta hayan obviado lo absurdo de empeñarse en ver desnudo un dibujito que se han decidido a “completar”. Lo “completan” poniendo ellas lo humano que aceptan estar invitadas a ver en él: deseo, intención de seducción, atractivo físico, piel, músculos, olores, texturas, brillo en los ojos… y la expectativa de un pene como parte prohibida de ser exhibida que esperan transgredir.
Soy plenamente consciente de hacer una reflexión muy superficial. Debería pasarme horas para citar teorías y ejemplos, para poder crear el marco teórico adecuado. No puedo permitirme hacerlo, así que sólo os invito a la reflexión partiendo de estas mías. Sobre todo, me gustaría que estas pinceladas os provocaran para reflexionar cómo se pueden aplicar estas inquietudes a la estimulación del deseo en los vínculos erótico-afectivos en que estáis involucrad@s. Si mi deseo por mi compañer@ está desapareciendo o, al menos, anda medio dormido y me parece importante recuperarlo, ¿qué de todo esto puede darme ideas, puede provocarme preguntas, puede emplazarme a encontrar maneras de despertarlo?
Hay, si somos honest@s, una trampa evidente: el hombre imaginario (y cualquiera de carne y hueso que nos regale un striptease) no es (no suele ser) alguien de quién conocemos (y padecemos, a veces), todas sus miserias. Está “libre de culpas” y tantas, tantas veces, lo que nos des-erotiza en pareja no es otra cosa que lo que nos duele en otros ámbitos de la relación. La mayor parte de las veces, la disminución o ausencia del deseo por nuestr@ partener es como el prurito que nos llaga la piel y que, por más que vayamos a la dermatóloga, no desaparece con cremas, potingues y pastillas si no nos damos cuenta de que es un síntoma de una intolerancia alimentaria. Entonces, de nada sirve afanarse sólo en el síntoma, sino es necesario tratar la causa al mismo tiempo.
sábado, 8 de junio de 2013
Libertad sexual
Si hoy hiciéramos una encuesta preguntando sobre los grados de libertad sexual percibidos, puedo apostar a que mucha gente nos diría que en España tenemos toda la libertad sexual posible… incluso, habría quién nos dijera que ya ha dejado de tratarse de libertad y esto se ha vuelto libertinaje y que “muy mal vamos si seguimos con esta especie de todo vale”.
La sexualidad humana es, aunque nos cueste creerlo, una “invención” cultural como todo aquello que lleva el calificativo de “humano”. No digo la sexualidad en general, digo “la sexualidad humana”.
Ser humano es, por definición, ser una entidad que mezcla naturaleza y cultura. Nosotr@s creamos una forma de vivir peculiar que varía en el tiempo y el espacio por lo que, lo que ahora nos parece “natural”, siglos antes podría haberse considerado una aberración (y viceversa). Para nosotr@s, ahora, muchas costumbres de otros grupos culturales o de otros tiempos nos parecen, como mínimo, “raras” y seguramente a a estas personas también resultamos extravagantes.
Así las cosas, la mentada “libertad sexual” actual aparece bastante reducida no sólo cuando comprobamos cuántas opciones aparecen como “desviadas”, “anormales”, etc. sólo porque son ajenas a las costumbres culturales de nuestro grupo. Esto, aunque provoquen placer a quiénes las practican, no dañen a nadie y sean elecciones hechas por personas adultas con capacidad para evaluar sus consecuencias y hacerse cargo de ellas. Es decir, a pesar de que sean actos libres y responsables. Sin embargo, hay otra forma de mermar la libertad sexual de la que no solemos ser muy concientes: entender que para ser “sexualmente libre” hay que decir “sí” a cualquier tipo de propuesta sexual.
Es perfectamente posible que algo no te haga mal ni se lo haga a ninguna tercera persona, que sea muy deseable para otr@s o, incluso, para ti mism@ en otr@s momentos, pero que no lo desees cuando se plantea. ¿Qué clase de libertad es aquella que en esta tesitura sólo deja la alternativa de decir: “sí”?
Nada te obliga, nada debiera obligarte, a hacer algo que no te apetece, que crees que no será gratificante para ti o que intuyes que te hará sentir mal o te puede disgustar. Ni con el argumento de ser “progre”, “liberad@”, etc., ni para evitar el calificativo de “estrecha” o de “poco hombre”. Como tampoco, nada debiera privarte de hacer lo que deseas si las personas con quienes quieres compartirlo lo desean también y así lo han decidido después de pensar en lo que sienten, piensan y sus posibles consecuencias. Ni por evitar las habladurías, ni por no herir a quienes te quieren y podrían sentirse desilusionad@s de que no te comportes como ell@s consideran “normal”, “natural” o aceptable.
Si tienes dudas frente a algo que, quizás te gustaría probar, que no tienes claro qué efectos puede tener en ti o las personas involucradas, asesórate, infórmate, imagínate en la situación y evalúa… quizás decidas esperar para volver a pensarlo más adelante; tal vez decidas que prefieres que eso se quede en el plano de las fantasías; puede que consideres que te gustaría mucho, pero que tendrá consecuencias negativas para la relación en la que estés y que quieres cuidar y por tanto, optes por privarte de ello, o bien, puedes que decidas probar. Entonces, asegúrate de que con quién experimentas sea alguien que te merezca la suficiente confianza para saber que bastará que digas “no quiero continuar” (y que sabrás cuidar de ti y decirlo).
Lo importante para ser sexualmente libre es que nunca hagas algo que no quieres hacer ni presiones a nadie a hacer aquello que no desea y que evites que tus conductas sexuales se vean limitadas por otra cosa que no sean tus propios deseos y decisiones responsables. Deja de preguntarte si lo que experimentas es “normal” o no (pregunta que escucho y leo con bastante frecuencia) y pregúntate si es lo que deseas, lo que te conviene y si quién comparte esas experiencias contigo también las ha escogido libremente.
… y una especie de principio que puede ser útil: puest@s a escoger conciliando los deseos de dos personas (o más), suele ser menos duro renunciar a algo que se desea que verse obligado a hacer lo que se rechaza, así es que más vale renunciar que imponer. Si quién renuncia a un deseo se llena de frustración, puede negociar otras formas de satisfacción y si no, tal vez, corresponda la pregunta de si estamos con la persona adecuada para caminar junt@s por la vida.
La sexualidad humana es, aunque nos cueste creerlo, una “invención” cultural como todo aquello que lleva el calificativo de “humano”. No digo la sexualidad en general, digo “la sexualidad humana”.
Ser humano es, por definición, ser una entidad que mezcla naturaleza y cultura. Nosotr@s creamos una forma de vivir peculiar que varía en el tiempo y el espacio por lo que, lo que ahora nos parece “natural”, siglos antes podría haberse considerado una aberración (y viceversa). Para nosotr@s, ahora, muchas costumbres de otros grupos culturales o de otros tiempos nos parecen, como mínimo, “raras” y seguramente a a estas personas también resultamos extravagantes.
Así las cosas, la mentada “libertad sexual” actual aparece bastante reducida no sólo cuando comprobamos cuántas opciones aparecen como “desviadas”, “anormales”, etc. sólo porque son ajenas a las costumbres culturales de nuestro grupo. Esto, aunque provoquen placer a quiénes las practican, no dañen a nadie y sean elecciones hechas por personas adultas con capacidad para evaluar sus consecuencias y hacerse cargo de ellas. Es decir, a pesar de que sean actos libres y responsables. Sin embargo, hay otra forma de mermar la libertad sexual de la que no solemos ser muy concientes: entender que para ser “sexualmente libre” hay que decir “sí” a cualquier tipo de propuesta sexual.
Es perfectamente posible que algo no te haga mal ni se lo haga a ninguna tercera persona, que sea muy deseable para otr@s o, incluso, para ti mism@ en otr@s momentos, pero que no lo desees cuando se plantea. ¿Qué clase de libertad es aquella que en esta tesitura sólo deja la alternativa de decir: “sí”?
Nada te obliga, nada debiera obligarte, a hacer algo que no te apetece, que crees que no será gratificante para ti o que intuyes que te hará sentir mal o te puede disgustar. Ni con el argumento de ser “progre”, “liberad@”, etc., ni para evitar el calificativo de “estrecha” o de “poco hombre”. Como tampoco, nada debiera privarte de hacer lo que deseas si las personas con quienes quieres compartirlo lo desean también y así lo han decidido después de pensar en lo que sienten, piensan y sus posibles consecuencias. Ni por evitar las habladurías, ni por no herir a quienes te quieren y podrían sentirse desilusionad@s de que no te comportes como ell@s consideran “normal”, “natural” o aceptable.
Si tienes dudas frente a algo que, quizás te gustaría probar, que no tienes claro qué efectos puede tener en ti o las personas involucradas, asesórate, infórmate, imagínate en la situación y evalúa… quizás decidas esperar para volver a pensarlo más adelante; tal vez decidas que prefieres que eso se quede en el plano de las fantasías; puede que consideres que te gustaría mucho, pero que tendrá consecuencias negativas para la relación en la que estés y que quieres cuidar y por tanto, optes por privarte de ello, o bien, puedes que decidas probar. Entonces, asegúrate de que con quién experimentas sea alguien que te merezca la suficiente confianza para saber que bastará que digas “no quiero continuar” (y que sabrás cuidar de ti y decirlo).
Lo importante para ser sexualmente libre es que nunca hagas algo que no quieres hacer ni presiones a nadie a hacer aquello que no desea y que evites que tus conductas sexuales se vean limitadas por otra cosa que no sean tus propios deseos y decisiones responsables. Deja de preguntarte si lo que experimentas es “normal” o no (pregunta que escucho y leo con bastante frecuencia) y pregúntate si es lo que deseas, lo que te conviene y si quién comparte esas experiencias contigo también las ha escogido libremente.
… y una especie de principio que puede ser útil: puest@s a escoger conciliando los deseos de dos personas (o más), suele ser menos duro renunciar a algo que se desea que verse obligado a hacer lo que se rechaza, así es que más vale renunciar que imponer. Si quién renuncia a un deseo se llena de frustración, puede negociar otras formas de satisfacción y si no, tal vez, corresponda la pregunta de si estamos con la persona adecuada para caminar junt@s por la vida.
sábado, 30 de mayo de 2009
La importancia del sexo en la vida
Suele compararse la actividad sexual con la de comer y esta comparación resulta eficiente para muchas cosas. Si por algún motivo, el que sea, dejas de comer un tiempo o comes muy poco, tu apetito disminuye. Esto también ocurre con el sexo: si dejas de practicarlo, tu deseo sexual merma. Comer bien y saludable, te hace bien a nivel físico y psíquico, igual con buen sexo. Sin embargo, hay una diferencia fundamental: sin comer no sobrevives; sin actividad sexual (compartida o en solitario), podemos vivir y hasta ser felices.
Soy consciente de que esta no es la clase de comentario que se espera de una sexóloga, pero me parece importante decirlo porque siento que se hace escaso favor al bienestar de las personas cuando la vida sexual se pone en el centro de la vida ya sea para castigarla o para idealizarla.
Personalmente, prefiero la comparación con cualquier sentido: vista, olfato, oído, etc. El sexo como un sex(t)o sentido integrador. Una persona ciega puede ser perfectamente sana y feliz. En cambio, lo que me cuesta más entender y aceptar (aunque por principio siempre lo respete) es que alguien con perfecto sentido de vista, opte por vendarse los ojos de manera permanente o prolongada con cualquier argumento (es que lo que he visto ha sido horrible; es que así soy auditivamente, táctilmente, etc. más sensible; es que disfrutar de tantos colores y formas es un desorden y moralmente criticable; es que...). Es que terminará por dañar su nervio óptico y no poder ver ni aunque lo desee (o tendrá que hacer demasiados esfuerzos para conseguirlo).
El sexo es una de tantas actividades placenteras en la vida, saludable a todos los niveles, gratificante, etc., pero convertirlo en tarea, en "el tema" o el asunto con que medimos éxitos, es la mejor receta para fastidiarlo. Nadie va por la vida evaluando constantemente su capacidad auditiva, simplemente disfruta, casi sin darse cuenta, del canto de los pájaros, de las voces de personas queridas, de la música y evita ruidos que le irritan o le dañan. ¡Por supuesto si nota pérdidas acude a un especialista! De tanto en tanto, hasta hace un control, pero no se asusta cuando estando en avión, se tapan los oídos. Se dice: "es lógico en estas circunstancias" y sólo consulta si el malestar no desaparece.
A mí no me sobran clientes, en absoluto (la crisis, la crisis, ¡ay!) pero tampoco sobra en el mundo gente feliz e inventar problemas donde no los hay nunca he podido verlo como negocio.
¿Será posible banalizar el sexo para quitarle cargas?
Soy consciente de que esta no es la clase de comentario que se espera de una sexóloga, pero me parece importante decirlo porque siento que se hace escaso favor al bienestar de las personas cuando la vida sexual se pone en el centro de la vida ya sea para castigarla o para idealizarla.
Personalmente, prefiero la comparación con cualquier sentido: vista, olfato, oído, etc. El sexo como un sex(t)o sentido integrador. Una persona ciega puede ser perfectamente sana y feliz. En cambio, lo que me cuesta más entender y aceptar (aunque por principio siempre lo respete) es que alguien con perfecto sentido de vista, opte por vendarse los ojos de manera permanente o prolongada con cualquier argumento (es que lo que he visto ha sido horrible; es que así soy auditivamente, táctilmente, etc. más sensible; es que disfrutar de tantos colores y formas es un desorden y moralmente criticable; es que...). Es que terminará por dañar su nervio óptico y no poder ver ni aunque lo desee (o tendrá que hacer demasiados esfuerzos para conseguirlo).
El sexo es una de tantas actividades placenteras en la vida, saludable a todos los niveles, gratificante, etc., pero convertirlo en tarea, en "el tema" o el asunto con que medimos éxitos, es la mejor receta para fastidiarlo. Nadie va por la vida evaluando constantemente su capacidad auditiva, simplemente disfruta, casi sin darse cuenta, del canto de los pájaros, de las voces de personas queridas, de la música y evita ruidos que le irritan o le dañan. ¡Por supuesto si nota pérdidas acude a un especialista! De tanto en tanto, hasta hace un control, pero no se asusta cuando estando en avión, se tapan los oídos. Se dice: "es lógico en estas circunstancias" y sólo consulta si el malestar no desaparece.
A mí no me sobran clientes, en absoluto (la crisis, la crisis, ¡ay!) pero tampoco sobra en el mundo gente feliz e inventar problemas donde no los hay nunca he podido verlo como negocio.
¿Será posible banalizar el sexo para quitarle cargas?
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