lunes, 21 de octubre de 2013

El striptease

Esto lleva, por lo visto, alrededor de 2 años dando vueltas en youtube (o quizás más). Lo he visto en varios muros Facebook últimamente y me ha hecho reflexionar mucho.

http://www.youtube.com/watch?v=2e-YzSySoIo


Como es obvio, mi “alucine” viene de ver a tantas mujeres empeñadas con euforia en conseguir el desnudo total de un “hombre” bidimensional, rosa y luminoso (¡Pero qué sexy suena!... ¿O no?). Podría argumentarse que, dado que se trata de un anuncio publicitario, tanto las mujeres que apasionadamente pedalean como el resto de las personas que observan, son personas pagadas para fingir que reaccionan como lo hacen. Sin embargo, aunque así fuera, los comentarios en cada copia del video en youtube o en los FB en que lo he visto, evidencian reacciones bastante similares a las de las protagonistas.
Estoy segura de que si hiciéramos una encuesta preguntando a las mujeres cuántas de ellas se sentirían estimuladas a pedalear en una bicicleta estática para ver cómo hace un striptease un muñequito rosa hecho de luces y, en especial, cuántas lo harían gritando de pasión, la gran mayoría nos respondería que la sola pregunta les resulta absurda. ¿Qué pasa, entonces, aquí? Doña Psicología Social, señora donde las haya, puede ofrecernos varias respuestas. Desgraciadamente, no tengo el tiempo para detenerme en detallarlas. La Psicología Social y yo somos grandes amigas, la quiero con locura y buena parte de mi vida la vivo con ella a mi lado (si no toda; no puedo evitarlo, me apasiona). Sin embargo, su agradable compañía y nuestro perenne compromiso mutuo, no me aportan el dinero para el sustento cotidiano y tengo la mala costumbre -por ejemplo- de alimentarme, así que debo usar mi tiempo para los así llamados “trabajos serios” mal que le pese a mi pasión por la Psicología Social. Así las cosas, iré directamente al sustrato que queda como pozo de café después de todas las vueltas que la cucharilla dio en mi cabeza y que, ¡cómo no!, se aplica a las relaciones erótico afectivas: “Es decir que, para erotizarnos, lo que importa no es qué tan bueno esté el tío (ya me dirás tú cuánto puede estarlo este “dibujito animado”) sino cómo hayamos decidido mirarlo. Vamos, que parafraseando aquél viejo dicho: La belleza está en los ojos de quién mira; Lo erótico está en los ojos de quién mira.
Si pretendemos que algo o alguien nos resulte erotizante, es necesario que estemos dispuestas a dejarnos erotizar por ello. Ok, eso como primera idea, pero ¿es tan fácil cómo decidir yo solita que tal persona me resultará eróticamente estimulante? Parece que no, parece que, al menos ayuda, que haya otras personas dispuestas a compartir esa valoración. Es decir, no sólo se trata de lo que yo pueda considerar erotizante, sino de que en mi cultura, en el imaginario de la sociedad en que me he estado desarrollando y me desarrollo, aquello pueda ser concebido como erótico. Digámoslo de otro modo, que haya aprendido a significarlo de esa manera. ¿Imagináis a una sola chica pedaleando que consiga ir formando la imagen y hacerle perder “ropa” mientras otras pasan por su lado y la miran con cara de ¿qué-hace-esta-loca? Seguro que, si tiene la fuerza de ánimo para seguir dándole a la bici, al menos lo hará sin exultaciones. Sin embargo, sigue sin bastar. El hombre bidimensional, rosa y luminoso fue diseñado no sólo para “aparecer”, sino para provocar. Él “hace” cosas y no cualquier cosa, hace algo que se reconoce como intencionado, dirigido a provocar un efecto que, obviamente provoca: hace un striptease. Sea que atribuyamos al hombrecillo la intencionalidad (dudo que alguien lo haga) o a quienes lo crearon, su comportamiento se entiende –por lo visto, perfectamente- como una invitación a teatralizar (a performar) el diálogo de seducción/erotización. Y en este ir “actuando como si”, se produce el milagro: el deseo real de conseguir desnudarlo del todo.
Puede que en el proceso de este “trabajo comunitario de conseguir el desnudo”, algunas de las participantes hasta hayan obviado lo absurdo de empeñarse en ver desnudo un dibujito que se han decidido a “completar”. Lo “completan” poniendo ellas lo humano que aceptan estar invitadas a ver en él: deseo, intención de seducción, atractivo físico, piel, músculos, olores, texturas, brillo en los ojos… y la expectativa de un pene como parte prohibida de ser exhibida que esperan transgredir.
Soy plenamente consciente de hacer una reflexión muy superficial. Debería pasarme horas para citar teorías y ejemplos, para poder crear el marco teórico adecuado. No puedo permitirme hacerlo, así que sólo os invito a la reflexión partiendo de estas mías. Sobre todo, me gustaría que estas pinceladas os provocaran para reflexionar cómo se pueden aplicar estas inquietudes a la estimulación del deseo en los vínculos erótico-afectivos en que estáis involucrad@s. Si mi deseo por mi compañer@ está desapareciendo o, al menos, anda medio dormido y me parece importante recuperarlo, ¿qué de todo esto puede darme ideas, puede provocarme preguntas, puede emplazarme a encontrar maneras de despertarlo?
Hay, si somos honest@s, una trampa evidente: el hombre imaginario (y cualquiera de carne y hueso que nos regale un striptease) no es (no suele ser) alguien de quién conocemos (y padecemos, a veces), todas sus miserias. Está “libre de culpas” y tantas, tantas veces, lo que nos des-erotiza en pareja no es otra cosa que lo que nos duele en otros ámbitos de la relación. La mayor parte de las veces, la disminución o ausencia del deseo por nuestr@ partener es como el prurito que nos llaga la piel y que, por más que vayamos a la dermatóloga, no desaparece con cremas, potingues y pastillas si no nos damos cuenta de que es un síntoma de una intolerancia alimentaria. Entonces, de nada sirve afanarse sólo en el síntoma, sino es necesario tratar la causa al mismo tiempo.

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