viernes, 18 de octubre de 2013

Amando con miedo

Amo sabiendo que el amor, como toda cosa viva, puede morir. Es un riesgo de dolor aceptado desde el principio. Sin embargo, no amo temiendo la muerte de ese amor, amo festejando el amor vivo. Si ese amor enferma, entonces temo la muerte y procuro su recuperación. Si la muerte le atrapase, será triste. Sin embargo, cada momento vivido habrá valido la pena.
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Está avergonzado. Sabe que causa dolor (a sí mismo y a su compañera) con celos y desconfianza sin motivos aparentes. Sufre y hace sufrir.
Me dice, asustado, que no quiere pasar por tonto. Que teme el engaño porque sería muy doloroso descubrir que la mujer que ama no ha cuidado de sus emociones, se ha permitido asumir el riesgo de herirle sin que le importase lo suficiente el dolor que le causaría. Pregunto qué tiene que ver eso con ser él “el tonto”. Entiendo que eso le causaría dolor y entiendo que para evitar un dolor sólo posible, se está causando y le está causando a ella, constantemente, un dolor real, tangible, que está dañando la relación. Entiendo también que una traición la convirtiera a ella en –digamos- una persona desconsiderada. Sin embargo, “no entiendo” cómo algo que ella hiciera podría hacer de él, “un tonto”. Entonces me explica: significaría que no he podido verlo, que no me he dado cuenta antes de que me engañara (de que flirteara con otro-s-, de que me mintiera que me amaba mientras no era capaz de pensar en mí, etc.) de que era capaz de hacerlo.
Me quedo pensando. Le pregunto ¿De verdad crees que no sabes que un ser humano (ella o quién quiera que sea; también tú) es capaz de engañar? ¡Tod@s lo hacemos! Tod@s decimos que un peinado le sienta muy bien a alguien que acaba de cortarse el pelo y que ya no puede remediarlo, aunque no nos lo parezca. Creo que lo sabes, como sabes y yo sé, que por estar viv@s, vivimos en el riesgo de morir, es una posibilidad en cada minuto de nuestras vidas, pero (¡menos mal!) no vivimos nuestras vidas atent@s a evitar la muerte porque eso implicaría dejar de vivir de verdad.
Cuando se va, me quedo, como siempre, largo tiempo reflexionando. Fácil intuir que, educado para “ser un hombre”, es muy probable que haya aprendido que debe tener control sobre todo, que buena parte de su masculinidad y, por tanto, de su subjetividad, de su “quién-soy” esté atada a ser fuerte, no ser débil ante el sufrimiento –menos por amor, ¡tan femenino!- y al control (en especial sobre “su” mujer, pero, en general, sobre todo). Misión imposible encomendada a Los Hombres: controlar y no ser débil (el estar en control debilita en sí mismo, agota, rompe)
Creo que estamos frente a dos problemas que se retroalimentan. Uno que parece nacer desde dentro e ir hacia el afuera: aprender a vivir el amor con valentía, aceptando que amar es exponerse, es hacerse vulnerable, es ofrecer a la otra persona la posibilidad de hacerte sufrir en la confianza de que, porque también te ama, hará todo lo que está en su mano para prevenirlo, aunque, muy probablemente, no podrá evitarlo siempre. Basta que no te mire del modo que esperabas, que no diga la palabra que imaginabas y deseabas que saliera de su boca y ya habrás sentido el pequeño aguijonazo del dolor. Amar es un acto de fe y sí, ESA persona puede traicionar tu fe, y sí, dolerá, pero cuando has vivido y superado esto unas pocas veces, descubres la única cosa que te hará invencible: es tremendo sentir dolor, pero siempre has conseguido y siempre conseguirás volver a tener nuevos sueños, disfrutar y sentirte afortunad@ y feliz. Esta certeza nacida de la experiencia no hace que cada nuevo golpe de la vida duela menos, ¡qué más quisiéramos! Duele, duele de todos modos, pero ya no le crees a esa voz en tu cabeza que te dice que será para siempre, que “nunca más”. Si has sabido aprovechar las experiencias, reflexionar, trabajarlas, a veces ni la escuchas. “Ok, duele un huevo, pero sanará; lo sé, ya ha ocurrido.”
El otro problema podríamos verlo como viniendo desde afuera y ocupando el adentro y tod@s somos responsables de hacer que esto cambie: no se equivoca mi interlocutor cuando dice que “pasará por tonto”. Hay muchas personas para las que “culpabilizar a la víctima” parece ser más sencillo de encajar que aceptar esa vulnerabilidad de la que hablamos. Es como si poner las cosas de este modo, analizar de esta manera tan enrevesada los eventos les permitiera decirse: “a mí no me sucederá; no soy tont@, sabré estar atent@ y prevenirlo”. ¡Qué ingenua fantasía de control! (y que terrible amenaza para su salud mental –y la del/de la otr@- si verdaderamente vive así de “atent@” sus relaciones).
“¡Pero si tod@s nos habíamos dado cuenta de que si no le estaba ya poniendo los cuernos lo haría cualquier día! Es que casi se lo merece por no haberlo visto venir. ¡Y con sus antecedentes!”
Déjame ponerte en una situación absurda por extrema, pero… Si desde tu balcón ves como un hombre camina por la calle y otro se le acerca por detrás, saca un cuchillo y le mata, ¿te atreverías a comentar que dado que el caminante estaba vivo debiera haber estado atento a la posibilidad de ser asesinado? ¿Le llamarías tonto por no haber caminado con la cabeza girando hacia todas partes para prevenir el peligro? ¿Cómo podría disfrutar de la vida si estuviera cada minuto atento a prevenir el riesgo de morir? ¿De verdad no te plantearías como primera cuestión el papel del asesino? ¿En serio no estaría más impresionad@ y lleno de preguntas que de respuestas rápidas? ¡Detén esos juicios! Puede haber mil explicaciones (ninguna justificación) para ese homicidio (hace un mes, el ahora muerto había matado al hijo del asesino; el asesino quería robar y se puso nervioso; estas dos personas se habían peleado a golpes y humillado mutuamente hace una semana, etc.). Sin embargo, lo que no puede ocurrir, lo que no debe ocurrir, lo que debería llenarte de inquietudes sobre qué miedos y fantasmas se esconden tras tus irresponsables conclusiones, es que decidas que la persona muerta (o la persona herida en sus sentimientos) es culpable de no haber previsto y evitado una conducta que no ha ejecutado.
Las relaciones humanas no funcionan como las relaciones con objetos. No es que de A se desprende como consecuencia lógica B. Por eso son mucho más complejas, por eso somos tan vulnerables y las relaciones (y las personas que en ellas se van tejiendo) son tan únicas, fantásticamente maravillosas, sorprendentes e interesantes. Por eso es que vivir no puede ser una fiesta en que, en lugar de bailar, cantar, beber, reír, comer, te dediques a torturarte pensando en cómo evitar que acabe pronto.

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